Comentario
La escultura española de este período encontró en Granada un foco de singular expresión, que perfiló sus propias características a partir de la personalidad de uno de los más relevantes artistas del barroco español: Alonso Cano.En su lenguaje existen dos componentes decisivos, el influjo de la plástica sevillana, en la que se formó, y su propia concepción estética, en la que prima la búsqueda de un ideal de belleza y de serena expresión, que proporcionan a su obra un carácter único en la escultura barroca española. Para Cano la gracia prevalece sobre la intensidad, la delicadeza sobre la fuerza, la dulzura sobre el drama... Elegante y mesurado, rechaza la minuciosidad realista para preferir la apariencia arquetípica, con la que trata de alcanzar la perfección.Nacido en Granada en 1601, fue hijo del ensamblador y escultor Miguel Cano. Con él inició su formación, que completó en Sevilla tras el traslado de la familia a la ciudad hispalense en 1614. Allí fue aprendiz de pintor en el taller de Francisco Pacheco y quizás discípulo de Montañés. Estas enseñanzas, su propia capacidad creadora y el floreciente ambiente artístico de Sevilla, le convirtieron en uno de los maestros más completos del panorama español de la época.En 1626 obtuvo el título de maestro pintor, y tres años después trabajaba ya como escultor. A esta actividad se dedicó fundamentalmente durante su estancia en Sevilla, que se prolongó hasta 1638. Fue una etapa de prosperidad y de éxito, en la que cimentó la fama que más tarde le llevaría hasta la corte.Entre sus obras de estos años destaca el retablo mayor de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Oliva, en Lebrija (Sevilla), cuya arquitectura se debe a su padre, quien lo contrató en 1629, realizando él los trabajos escultóricos. Para la hornacina central de este conjunto, Cano hizo la imagen de la Virgen de la Oliva, en la que se manifiesta la impronta del renacimiento hispalense y el influjo de Montañés. No obstante, la íntima serenidad que dimana del bello rostro de la Virgen posee ya su sello personal. Un sello, de clásica inspiración, que aparece también en el San Juan Bautista (colección Güell), que hizo en 1634 para el retablo de la iglesia sevillana de San Juan de la Palma, contratado también por su padre.En 1638 fue llamado a la corte, donde disfrutó de la protección del Conde Duque de Olivares. En ella permaneció hasta 1652, salvo los meses que pasó en Valencia tras el asesinato de su esposa en 1644. Fueron unos años en los que su actividad estuvo dedicada fundamentalmente a la pintura y a la realización de trazas para retablos, obras efímeras y dibujos ornamentales. Velázquez, las colecciones reales y, en definitiva, el ambiente artístico madrileño enriquecieron su estilo, pero él, a su vez, jugó un papel decisivo en la evolución posterior del arte y de la arquitectura cortesanos, a los que aportó su genio imaginativo y su innata elegancia.Son muy escasos los ejemplos escultóricos de este período, al que quizás pertenezca el Niño Jesús de la Pasión, de la madrileña iglesia de San Fermín de los Navarros. Aunque Wethey duda de su autoría, es obra generalmente admitida como de su mano, porque posee la exquisita delicadeza y la suavidad formal propias de su estilo.El nombramiento de racionero de la catedral de Granada en 1652 le hizo regresar a su tierra natal, en la que residió hasta su muerte acaecida en 1667, salvo alguna corta ausencia para visitar la corte o ser nombrado sacerdote en Salamanca (1658). Su principal misión en la catedral fue pintar los lienzos de la capilla mayor. Sin embargo, en esta última fase de su vida realizó sus esculturas más significativas.Las mejores cualidades de su arte aparecen definidas en la pequeña imagen de la Inmaculada, que le fue encargada para el facistol del coro en 1655. En ella sigue la iconografía andaluza al representarla casi como una niña, dulce y candorosa, apoyada sobre un trono de nubes y ángeles a la manera pictórica. El suave giro de la cabeza y la disposición lateral de las manos rompen el acostumbrado diseño simétrico, en gesto que acentúa su exquisita gracia. El manto, de amplios pliegues, se recoge a la altura de los pies, determinando el aspecto fusiforme que es habitual en sus imágenes.La admiración que despertó esta obra indujo a los canónigos a trasladarla a la sacristía, donde se podía contemplar mejor, siendo sustituida en su emplazamiento original por la Virgen de Belén (1664), en la que el maestro repite un modelo pictórico.En las esculturas de esta etapa Cano alcanzó la plenitud de su estilo, basado en la idealización y en la delicadeza formal, aplicándolo generalmente a figuras de escaso tamaño y diseño rítmico, en las que huye de los efectos realistas. No obstante, pertenece a este momento el impresionante busto de San Pablo (catedral de Granada), que gira la cabeza con gesto violento, que se corresponde con la intensidad de la penetrante mirada.Cano tuvo la fortuna de vivir, formarse y trabajar en tres centros artísticos importantes: Granada, Sevilla y Madrid, y su arte, como ya se ha dicho, depende de esta circunstancia y de él mismo. Fue un crisol de múltiples creaciones y posibilidades, que él aprovechó en favor de su calidad pero también en el de la escultura granadina, que no puede entenderse sin su presencia.